lunes, 30 de mayo de 2016

Estoicismo extraído de Ética Adela Cortina - Arje




ESTOICISMO

Bajo esta denominación se agrupan las doctrinas filosóficas de un amplio conjunto de autores griegos y romanos que vivieron entre los siglos IIIac y II dc.  Zenón de Citio el fundador de esta corriente abrió una escuela en Atenas en el 306 ac. Y a partir de ella se fue extendiendo y consolidando una filosofía que contó con figuras tan influyentes como Posidonio, Séneca, Epicteto, y el emperador Marco Aurelio.  Su influencia histórica posterior ha sido enorme, tanto en las éticas modernas y contemporáneas como en las posiciones morales que muchas personas adoptan en la vida cotidiana.
Los estoicos creyeron necesario indagar en qué consiste el orden del universo para determinar cuál debía ser el comportamiento correcto de los seres humanos.  Para ellos se sirvieron del pensamiento de un autor muy anterior en el tiempo: Heráclito de Efeso (siglo VI ac.).  Para Heráclito, todo ser y todo acontecer ha de tener su fundamento en alguna razón y dado que la serie de las razones no puede ser infinita (los griegos en general tuvieron “horror vacui” es decir, incapacidad para aceptar una sucesión infinita de causas como explicación de cualquier fenómeno., ha de haber una Razón primera, común que será al mismo tiempo la Ley que rige el Universo. 

Los estoicos hacen suya esta concepción cosmológica y sostienen que, dado que tal Razón Cósmica es la Ley Universal, todo está sometido a ella; es el “destino”, el hado”, una racionalidad misteriosa que se impone sobre la voluntad de los dioses y de los hombres haciendo que todo suceda fatalmente “tal como tenía que suceder”. Esta Razón Cósmica, este “Logos”, es providente, es decir, cuida de todo cuanto existe.  Que el hombre crea en el destino no es, por tanto (desde la perspectiva estoica) una superstición, sino la consecuencia obligada de la investigación científica.

Tal cosmovisión debería haber tenido como consecuencia lógica la resignación del hombre frente a lo irremediable, como sucedía en las tragedias griegas; en ellas, los personajes obran como si fueran dueños de sí mismos y tuviesen la capacidad de evitar lo que el destino ha fijado para ellos, pero al final se imponen inexorablemente las determinaciones del oráculo (de la Razón Común o Ley Universal) y los que han tratado de actuar en contra del orden eterno han de pagar su culpa por intentarlo.  La libertad, en este contexto, no es otra cosa que el conocimiento y la aceptación de la necesidad que rige al Universo.

A pesar de lo que acabamos de exponer sobre las implicaciones fatalistas del planteamiento estoico, los miembros de esta escuela se dedicaron paradójicamente a la enseñanza y a la guía moral, instruyendo a sus discípulos acerca de cómo se debe obrar.  De este modo mostraron que, en la práctica, sostenían cierto grado de confianza en la libertad humana.
La propuesta ética de los estoicos puede formularse así:  el sabio ideal es aquel que, conociendo que toda felicidad exterior depende del destino, intenta asegurarse la paz interior, consiguiendo la insensibilidad ante el sufrimiento y ante las opiniones de los demás.  La imperturbabilidad es, por tanto, el único camino que nos conduce a la felicidad.

  Con ello se empieza a distinguir entre dos mundos o ámbitos: el de la libertad interior, que depende de nosotros, y el del mundo exterior, que queda fuera de posibilidades de acción y modificación. 
El sabio estoico es el que consigue asegurarse los bienes interiores y despreciar los externos, logrando ser, en palabras de Séneca, “artífice de su propia vida”. Aparece ya aquí, aunque todavía de un modo muy rudimentario, la concepción de la libertad como autonomía, que aparece posteriormente a través de San Agustín y más adelante con Kant.

El estoicismo surgió, por tanto, en el mismo período que el epicureismo.  Sin embargo, los estoicos combatieron el principio epicúreo de que “el placer es principio y fin de la vida felíz”.  En su lugar pusieron la virtud.

Se es virtuoso cuando se “vive en conformidad con la naturaleza”.  La naturaleza es el orden de toda la realidad del universo y éste se rige por una razón (el logos o fuego de Heráclito) que es providente y dirige sabiamente el destino de las cosas y de los hombres.  Para el estoico todo lo que ocurre estaba predeterminado por esta razón que también llaman Zeus o
Dios.
El sabio encuentra el camino de la felicidad cuando en la aceptación de lo que ocurre como Destino, consigue una perfecta indiferencia (apatía) respecto a cualquier tipo de situaciones.

Las ideas generales anteriormente expuestas fueron compartidas por todos los estoicos.  Sin embargo, en los cinco siglos aproximadamente que duró su influencia, esta escuela sufrió más cambios que el epicureismo, por lo que los historiadores distinguen tres épocas:
Stoa antigua (300 – 200 a.c.) Zenón Crisipo
Stoa media (s. II y I ac.) Panecio Posidonio
Stoa posterior (s. I y II d.) Séneca, Epícteto, Marco Aurelio

Séneca nació en Córdoba (4 ac) cuando España era una provincia de Roma “Y si algún nombre de sabio vive todavía perenne en la memoria de nuestro pueblo, como encarnación de la sabiduría misma, es Séneca que ninguna avalancha ha borrado, ni es fácil que borre” Senequísmo es “norma de vida ajustada a la moral y la filosofía de Séneca “ (Diccionario de la Real Academia). Pertenece, por tanto, al período tardío del desarrollo del estoicismo.  Aunque vivió unos tres siglos después que Epicuro, no disfrutó de circunstancias sociales más seguras y gratas que el maestro del Jardín.
Los estoicos (a diferencia de Epicuro que recomendaba vivir retirado y alejado de las luchas políticas) fueron hombres relacionados con el ejercicio del poder, Séneca ocupó diversas magistraturas romanas; fue senador. Sintió en su carne el régimen de terror que impuso su tiránico discípulo, el emperador Nerón.  Acusado de participar en una conspiración para derrocarlo, Nerón ordenó a Séneca que se suicidara, lo que el filósofo hizo, abriéndose él mismo las venas como suprema muestra de su creencia en la necesidad de aceptar resignado e impasiblemente el destino.

La práctica de la virtud.  Documento de Séneca se dirige a Lucilio y le exhorta a perseverar en el estudio y la práctica de la virtud

Séneca a Lucilio, salud
Tienes por algo evidente, lo sé Lucilio, que a nadie le es posible llevar una vida feliz, ni siquiera tolerable, sin el afán por la sabiduría y que una vida feliz es fruto de haber llegado al culmen de la sabiduría y la tolerable de nuestra iniciación a ella.
Pero esta evidencia hay que reforzarla y hacer que con la meditación diaria eche raíces cada vez más profundas; es más difícil poner en práctica los propósitos que concebirlos.  Hay que perseverar y mediante un trabajo asiduo fortalecerse hasta conseguir que los buenos propósitos se conviertan en realidad.  No es necesario, pues, que me lo asegures con largos discursos; ya sé que has hecho grandes progresos.  Sé que es lo que inspira tus escritos: no son ficciones ni artificios retóricos.  Te diré lo que pienso: tengo esperanzas puestas en ti, pero no todavía confianza.  Quiero que tú también actúes de igual modo; no has de confiar en ti mismo de modo ligero y fácil.  Examínate, estúdiate con detalle y obsérvate; mira antes que nada si haces progreso en la filosofía o en la vida misma. 

La misión de la filosofía. La filosofía un arte no especulativo. Los estoicos revelan preocupaciones soteriológicas.  La ética es el núcleo del filosofar en esta escuela. 
Soteriología del griego sote –salvador

No es la filosofía un arte para complacer al pueblo, ni ejercicio de ostentación.  No consiste en palabras, sino en obras. No tiene por objeto pasar el día entretenido, ni restarle tedio a la vagancia.  Forma y modela el alma, ordena la vida, rige nuestras acciones, indicándonos qué debemos hacer o  qué evitar, se sienta al timón y dirige el curso en medio de los bandazos de la vida.  Sin ella es imposible vivir con valor y seguridad.  A cada hora que pasa ocurren múltiples accidentes que requieren un consejo que sólo ella puede dar. 
Séneca: Carta XVI a Lucilio

La sabiduría estoica. 
 Con la guía segura de la filosofía, el sabio estoico será capaz de sobrellevar el destino, tanto si es un dios el árbitro del universo como si es el azar quien lo gobierna.
La filosofía se convierte así, en el marco del estoicismo como en el de otras filosofías helenísticas, en una forma de sabiduría para la vida.  Y el “sabio” más que instrucción teórica, dispensa sus consejos al discípulo en cuanto que encarna y representa un modelo viviente de esa forma de sabiduría.  Viene a ser una especie de “director espiritual” frente a un discípulo con el que mantiene una relación de confianza y simpatía mutua en el marco de una particular relación de amistad. 

Alguien podrá decir: ¿De qué me sirve la filosofía, si existe algo como el destino? ¿Para qué, si es un dios el que gobierna, si todo está sometido al azar? Pues no podemos modificar lo que ya está fijado de antemano, no hacer nada contra lo imprevisible; porque, o el dios se anticipó a mi decisión y determinó lo que habría que hacer, o la suerte cierra toda posibilidad de juego a mi libre decisión.  En cualquiera de estos casos, o aunque todas esas hipótesis fueran ciertas, debemos acudir a la filosofía: sea que el destino nos tenga atrapados en una red de la que no podemos escapar, o que un dios, árbitro del universo, lo haya decidido todo, o que el azar empuje y agite sin orden los asuntos humanos, la filosofía está para protegernos.  Nos dirá que obedezcamos al dios de buen grado, que resistamos duramente a la fortuna.  Te enseñará como seguir al dios, cómo sobrellevar al destino.
Pero no se trata ahora de que pasemos a discutir qué es lo que depende de nosotros, ya sea que nos gobierne una providencia, o que nos arrastre una cadena de acontecimientos fatales, o que sea lo súbito o lo imprevisto lo que rija al mundo: yo volviendo a mi tema, te aviso y exhorto para que no decaiga ni se enfríe tu entusiasmo.  No lo dejes escapar y afírmalo para que este entusiasmo se convierta en un hábito. 
Séneca: Carta XVI  a Lucilio

El dominio de las pasiones.

El deseo de bienes, riquezas y honores es ajeno al estoico y le aparta de la senda de la virtud, del orden natural.

Nada más abrirla, si te conozco bien, habrás mirado qué regalo te llega con esta carta: examínala y lo encontrarás.  No se trata de que admires mi actitud.  Soy generoso a costa de lo ajeno.  Pero ¿por qué digo “de lo ajeno”? Cualquier pensamiento bello, venga de quien venga, lo hago mío.  También éste de Epicuro:”si vives conforme a la naturaleza, nunca serás pobre; si vives según las opiniones de unos y otros nunca serás rico” La naturaleza se conforma con poco, la opinión no encuentra límite: que acumules el patrimonio de muchas ricas familias, que la suerte te eleve hasta un grado de riqueza fuera de lo normal, que te cubra de oro, te vista de púrpura, que te lleve a tal punto de refinamiento y de riqueza, que puedas recubrir el suelo con mármoles, que no sólo puedas tener riquezas sino pisarlas; añade estatuas y pinturas y cuanto para el lujo inventaron las artes; aprenderás a desear más todavía; los deseos naturales tienen su medida; los que nacen de una falsa opinión, no.  Lo falso no encuentra límite.  El que sigue un camino llega al final. La senda del que yerra no se acaba nunca.  Apártate de las necesidades y cuando quieras saber si tus deseos son naturales o proceden de una codicia ciega, mira si pueden detenerse en algún punto.  Si, habiendo llegado lejos, el límite se desplaza más y más, que sepas que esto no es natural.  Salud”
Séneca: Carta XVI a Lucilio


Ética: A. Cortina
Filosofía Arjé

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