domingo, 17 de julio de 2016

Kant Ética Moderna S. XVIII



INMANUEL KANT

1)Inmanuel  Kant sostiene la idea de que las acciones pueden ser: I) por inclinación, II) conforme al deber o III) por deber.  A continuación lee el texto y reflexiona lo que expresa allí Kant. Indica cuáles son   los ejemplos analizados y su correspondencia con sus respectivas acciones.

2) Cuál de los ejemplos indicados corresponde a acciones morales y por qué?

3) Qué es la buena voluntad?

FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES 1797

“Conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así.  Mas por eso, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres pone en ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral. Conservan su vida conformemente al deber, sí pero no por deber.  En cambio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo más indignación que apocamiento o desaliento, y aún deseando la muerte, conserva su vida, sin amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima si tiene un sentido moral.
  Ser benéfico en cuanto se puede es un deber  pero, además hay muchas almas llenas de conmiseración, que se encuentran un placer íntimo en distribuir alegría en torno suyo, sin que a ello les impulse ningún movimiento de vanidad o de provecho propio, y que pueden regocijarse del contento de los demás, en cuanto que es su obra.  Pero yo sostengo que, en tal caso, semejantes actos, por muy conformes que sean al deber, por muy dignos de amor que sean, no tienen, sin embargo, un valor moral verdadero y corren parejos con otras inclinaciones;  con el afán de honras, el cual, cuando por fortuna, se refiere a cosas que son en realidad de general provecho, conformes al deber y, por tanto honrosas, merece alabanzas y estímulos, pero no estimación, pues le falta a la máxima el contenido moral, esto es que tales acciones sean hechas, no por inclinación, sino por deber.
                                                   Pero supongamos que el ánimo de ese filántropo está envuelto en las nubes de un propio dolor, que apaga en él toda conmiseración por la suerte del prójimo, supongamos además, que le queda todavía con qué hacer el bien a otros miserables, aunque la miseria ajena no le conmueve, porque le basta la suya para ocuparle, es entonces, cuando ninguna inclinación le empuja a ello, sabe desasirse de esa mortal insensibilidad y realiza la acción benéfica sin incitación alguna, sólo por deber, es entonces y sólo entonces posee esta acción su verdadero valor moral.   Pero hay más aún: un hombre a quien la naturaleza haya puesto en el corazón poca simpatía, un hombre que, siendo por lo demás honrado, fuese de temperamento frío e indiferente a los dolores ajenos, acaso porque él mismo acepta los suyos con el don peculiar de la paciencia y fuerza de resistencia, y supone estas mismas cualidades, o hasta las exige igualmente a los demás, un hombre (como éste) que no será de seguro el peor producto de la naturaleza, desprovisto de cuanto es necesario para ser filántropo ¿no encontraría sin embargo, en sí mismo cierto germen capaz de darle un valor mucho más alto que el que pueda derivarse de un temperamento bueno? ¡Es claro que sí!  Precisamente en ello estriba el valor del carácter moral, de carácter que, sin comparación, es el supremo en hacer el bien, no por inclinación sino por deber.

Asegurar la felicidad propia es un deber (al menos indirecto) pues el que no está contento con su estado, el que se ve apremiado por muchos cuidados, sin tener satisfechas sus necesidades, pudiera fácilmente ser víctima de la tentación de infringir  sus deberes.  Pero, aún sin referirnos aquí al deber, ya tienen los hombres todos por sí mismos una poderosísima e íntima inclinación hacia la  felicidad  porque justamente en esta idea se reúnen en suma total todas las inclinaciones.  Pero el precepto de la felicidad está la más de las veces constituido de tal suerte que perjudica grandemente a algunas de las inclinaciones, y sin embargo, el hombre no puede hacerse un concepto seguro y determinado de esa suma de la satisfacción de todas ellas, bajo el nombre de felicidad; por lo cual no es de admirar que una inclinación única, bien determinada en cuanto a lo que ordena y al tiempo en que cabe satisfacerla, pueda vencer una idea tan vacilante, y algunos hombres (por ejemplo, uno que sufra de la gota) puedan preferir saborear lo que les agrada y sufrir lo que sea preciso, porque, según su infundadas, de una felicidad que debe hallarse en la salud.  Pero aún en este caso, aunque la universal tendencia a la felicidad no determine su voluntad aunque la salud no entre para él tan necesariamente en los términos de su apreciación queda, sin embargo, aquí como en todos los casos, una ley, a saber la de procurar cada cual su propia felicidad, no por inclinación, sino por deber, y sólo entonces tiene su conducta un verdadero valor moral.

Así hay que entender, sin duda alguna, los pasajes de la Escritura en donde se ordena que amemos al prójimo, incluso al enemigo.  En efecto, el amor como inclinación, no puede ser mandado pero hacer el bien por el deber, aun cuando ninguna inclinación empuje a ello y hasta se oponga una aversión natural e invencible, es amor práctico y no patológico, amor que tiene su asiento en la voluntad y no en una tendencia de la sensación que se funda en principios de la acción y no en tierna compasión, y este es el único que puede ser ordenado”.



                                                                                   

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