martes, 19 de abril de 2016

Análisis de Adela Cortina EL bien y la virtud

ADELA CORTINA. (EXTRAÍDO DEL LIBRO DE ÉTICA)


ARISTÓTELES

Aristóteles fue el primer filósofo que elaboró tratados sistemáticos de Ética. El más influyente de estos tratados, la Ética a Nicómaco, sigue siendo reconocido como una de las obras cumbre de la filosofía moral. Allí plantea la cuestión que, desde su punto de vista, constituye la clave de toda investigación ética: ¿Cuál es el fin último de todas las actividades humanas?- Suponiendo que “toda arte y toda investigación, toda acción y elección parecen tender a algún bien” (Et. Nic. 1,1 1094 a), inmediatamente nos damos cuenta de que tales bienes se subordinan unos a otros, de modo tal que cabe pensar en la posible existencia de algún fin que todos deseamos por sí mismo, quedando los demás como medios para alcanzarlo. Ese fin no puede ser otro que la eudaimonía, la vida buena, la vida feliz.

Ahora bien, el concepto de felicidad ha sido siempre extremadamente vago: para unos consiste en acumular dinero, para otros se trata de ganar fama y honores. Etc. Aristóteles no cree que todas esas maneras posibles de concebir la vida buena puedan ser simultáneamente correctas, de modo que se dispone a investigar en qué consiste la verdadera felicidad. Para empezar, la vida feliz tendrá que ser un tipo de bien “perfecto”, esto es, un bien que persigamos por sí mismo, y no como medio para otra cosa; por tanto, el afán de riquezas y de honores no puede ser la verdadera felicidad, puesto que tales cosas se desean siempre como medios para alcanzar la felicidad, y no constituyen la felicidad misma.

En segundo lugar, el auténtico fin último de la vida humana tendría que ser “autosuficiente”, es decir, lo bastante deseable por sí mismo como para que, quien lo posea, ya no desee nada más aunque, por supuesto, eso no excluye el disfrute de otros bienes.

Por último, el bien supremo del hombre deberá consistir en algún tipo de actividad que le sea peculiar, siempre que dicha actividad pueda realizarse de un modo excelente. El bien para cada clase de seres consiste en cumplir adecuadamente su función propia, y en esto, como en tantas otras cosas, Aristóteles considera que el hombre no es una excepción entre los seres naturales. Ahora bien, la actividad que vamos buscando como clave del bien último del hombre ha de ser una actividad que permita ser desempeñada continuamente, pues de lo contrario difícilmente podría tratarse de la más representativa de una clase de seres.

En su indagación sobre cuál podría ser la función más propia del ser humano Aristóteles nos recuerda que todos tenemos una misión que cumplir en la propia comunidad, y que nuestro deber moral no es otro que desempeñar bien nuestro papel en ella, para lo cual es preciso que cada uno adquiera las virtudes correspondientes a sus funciones sociales. Pero a continuación se pregunta si además de las funciones propias del trabajador, del amigo, de la madre o del artista no habrá también una función propia del ser humano como tal, porque en ese caso estaríamos en camino para descubrir cuál es la actividad que puede colmar nuestras ansias de felicidad. La respuesta que ofrece Aristóteles es bien conocida: la felicidad más perfecta para el ser humano reside en el ejercicio de la inteligencia teórica, esto es, en la contemplación o comprensión de los conocimientos. En efecto, se trata de una actividad gozosa que no se desea más que por sí misma, cuya satisfacción se encuentra en la propia realización de la actividad, y que además puede llevarse a cabo continuamente.

(A primera vista puede parecernos extraño que alguien diga que la felicidad consiste en la actividad teórica. Pero tengamos en cuenta que, en griego el verbo theorein, del que procede nuestro término “teoría”, significaba “ver”, “observar”, “contemplar”, por eso, quien elabora una teoría, o simplemente la comprende, consigue una “visión” de las cosas que supera y resulta preferible al estado de ignorancia en que vivía anteriormente. La actividad teórica consiste, en última instancia, en saber, en entender; cualquiera que haya estado intrigado por algo y que por fin un día descubre una explicación satisfactoria de lo que ocurría, experimenta esa satisfacción maravillosa que a veces representamos gráficamente como una lucecita que se enciende en nuestro interior: ¡por fin lo entiendo! Aristóteles era conciente de que la complejidad de la realidad es tan enorme, y nuestra limitación a la hora de conocer es tan profunda, que la actividad teórica nunca tendrá fin para los seres humanos. Por otra, parte, la experiencia del asombro, de maravillarse ante los fenómenos circundantes y ante nuestro propio ser, supone uno de los mayores alicientes de nuestra vida, al tiempo que nos proporciona un gozo continuo. Para Aristóteles, éste es el fin último de nuestra vida, el más capaz de satisfacer nuestras expectativas de felicidad)

Ahora bien, Aristóteles reconoce que el ideal de una vida contemplativa continua sólo es posible para los dioses:
“el hombre contemplativo, por ser hombre, tendrá necesidad del bienestar externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud del cuerpo, del alimento y de los demás cuidados” (Ét. Nic. X. 8, 1178 b)

A renglón seguido nuestro autor admite que no es ése el único camino para alcanzar la felicidad, sino que también se puede acceder a ella mediante el ejercicio del entendimiento práctico, que consiste en dominar las pasiones y conseguir una relación amable y satisfactoria con el mundo natural y social en el que estamos integrados. En esta tarea nos ayudarán las virtudes, que Aristóteles clasifica del siguiente modo.

La principal virtud dianoética es la prudencia, que constituye la verdadera “sabiduría práctica”: ella nos permite deliberar correctamente, mostrándonos lo más conveniente en cada momento para nuestra vida (no lo más conveniente a corto plazo, sino lo más conveniente para una vida buena en su totalidad). La prudencia nos facilita el discernimiento en la toma de decisiones, guiándonos hacia el logro de un equilibrio entre el exceso y el defecto, y es la guía de las restantes virtudes: la fortaleza o coraje, por ejemplo, el término medio entre la cobardía y la temeridad; ser generoso será un término medio entre el derroche y la mezquindad, etc. Pero el término medio no es una opción por la mediocridad, sino por la perfección; por ejemplo, una escultura perfecta sería aquella a la que no le sobra ni le falta nada; de modo similar, la posesión de una virtud cualquiera significa que en ese aspecto de nuestro comportamiento no hay mejora posible, sino que hemos alcanzado el hábito más elevado.
Una persona virtuosa será, casi con seguridad, una persona feliz, pero necesita para ello vivir en una sociedad regida por buenas leyes. Porque el logos, esa capacidad que nos hace posible la vida contemplativa y la toma de decisiones prudentes, también nos capacita para la vida social. Por eso la ética no puede desvincularse de la política: el más alto bien individual, la felicidad, sólo es posible en una polis dotada de leyes justas.
En síntesis, la ética aristotélica afirma que hay moral porque los seres humanos buscan inevitablemente la felicidad, la dicha, y para alcanzar plenamente este objetivo necesitan de las orientaciones morales. Pero además, nos proporciona criterios racionales para averiguar qué tipo de comportamientos, qué virtudes, en una palabra qué tipo de carácter moral es el adecuado para tal fin. De este modo, entendió la vida moral como un modo de “autorrealización” y por ello decimos que la ética aristotélica pertenece al grupo de éticas eudemonistas, porque así se aprecia mejor la diferencia con otras éticas que también postulan la felicidad como fin de la vida humana, pero que entienden ésta como placer (hedoné) y a las que, por eso, se las denomina “hedonistas”. El placer se suele entender como una satisfacción de carácter sensible, en tanto que la autorrealización puede comportar acciones que no siempre son placenteras.







Virtudes dianoéticas o intelectuales
Propias del intelecto teórico:

Inteligencia (nous)
Ciencia (episteme)
Sabiduría (Sofía)


Propias del intelecto práctico:

Prudencia
Arte o técnica
Discreción
Perspicacia
Buen consejo





Virtudes éticas o del carácter
Propias del autodominio:

Fortaleza o Coraje
Templanza o Moderación
Pudor


Propias de las relaciones humanas:

Justicia
Generosidad
Amabilidad
Veracidad
Buen humor
Afabilidad
Magnificencia
Magnanimidad


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